sábado, 25 de abril de 2009

"El arte helenístico escudriña en la vida diaria y descubre allí al mendigo andrajoso, al viejo pescador, al buhonero, al actor fracasado que vive de expedientes, a la vieja borracha... captándoles a todos en su más revelador momento existencial, no heroico ni mítico, sino profundamente íntimo y humano. Es un arte que sabe observar a menudo con gran penetración, sensible a los aspectos más insólitos y aun a los más aberrantes de la sociedad contemporánea, pero que incurre en retoricismos y en excesivos virtuosismos, siempre que, para reforzar el impacto emocional, acentúa el expresionismo de las imágenes".
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Eros en Pompeya, Michael Grant
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El mundo helenístico caricaturizó a un sinfín de personajes grotescos, en general enanos o personas con deformidades físicas. Esto es debido a que los antiguos griegos y romanos encontraban a dichas personas graciosas y les hacían actuar como "moriones" o bufones, del mismo modo que en las Cortes europeas del Barroco. Aunque este hecho sea más que discutible, la mentalidad de cada momento histórico es distinta y hay que acercarse al tema sin prejuicios.
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Enanos, jorobados, personas con anomalías físicas, en especial falos enormes... son retratados en pequeñas obras de altísima calidad técnica. Tal vez fuesen creadas originalmente como ofrendas religiosas pero en el período romano adquirieron un carácter meramente decorativo y eran muy solicitadas en el mercado artístico. El mayor centro de producción de tales obras, en general realizadas en bronce, era Alejandría y de allí debe proceder la mayoría de ejemplares encontrados, hipótesis que parece confirmar el hallazgo de un barco naufragado en Mahdia (Túnez), con un cargamento de obras helenísticas, algunas de ellas enanos danzantes de calidad excepcional.
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Independientemente del centro de producción del que procedan es indiscutible la alta calidad técnica de dichas piezas y el valor que debía poseer para su propietario. Como siempre en estos casos el mejor lugar para contextualizar dichas obras es el área vesubiana donde se han encontrado numerosos ejemplares. Las obras descubiertas apuntan hacia dos vertientes, una meramente decorativa y otra funcional; en la mayoría de los casos tales figurillas son usadas como tintinnabulums o lámparas y su enorme falo actuaba con un claro valor apotropaico. Por otro lado aparecen figuras meramente decorativas pero de gran valor ya que se trata de originales helenísticos adquiridos con afán coleccionista.
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Dentro de este último grupo se puede adscribir el pequeño bronce dorado que expongo arriba. Se trata de un "Placentarius", vendedor ambulante de placentae o tortas de miel, que anuncia su mercancía a voz en grito. Descubierta en una caja de madera formando un grupo de cuatro piezas en la casa de P. Cornelius Teges, también llamada del Efebo, de Pompeya, probablemente forme parte del servicio de mesa de dicha casa, actuando como soporte de salseras o lámparas, ya que en su mano porta una pequeña bandeja de plata que facilitaba el apoyo de algún objeto. Soportase una cosa u otra es indistinto ya que el valor de la pieza en sí debía ser muy alto y hablaba de un refinamiento y un gusto muy superior al de la media.

jueves, 23 de abril de 2009

"La felicidad es un concepto incoercible. Huye a toda concreción. Cada cual la perfila conforme a su perspicacia o la define de acuerdo a sus aspiraciones. Pero nadie acierta. A pesar de poseer una ubicuidad permanente, es tan huidiza, que los hombres se empecinan en negar su presencia. Se dan cuenta de sus favores recién cuando la protección se ha ido. Entonces la añoran. Y como la dicha no se retrotrae, la forjan como un ideal para el futuro..."
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Caterva, Juan Filloy

sábado, 18 de abril de 2009

Este jueves tuve la suerte de asistir a un recital de la mezzosoprano Cecilia Bartoli y he de reconocer que fue increíble. No puedo compartir las sensaciones pero sí uno de los temas que cantó "Rataplán" de la insigne María Malibrán, uno de esos genios españoles que tan olvidados tenemos por estos lares.
Ana, muchísimas gracias por tu regalo!!!
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sábado, 11 de abril de 2009

Llegó el altivo Urano imponiendo la noche, y junto a Gea,
anhelante de amor, cubriéndola se tiende.
Fuera de su refugio, con la izquierda su hijo lo alcanzó
y la hoz monstruosa tomó con la derecha,
colosal y de dientes afilados. Al padre, presuroso,
le segó los genitales y hacia atrás los arroja con violencia.
No escaparon en vano de su mano: las gotas
sanguinolentas que iban salpicando
todas recibió Gea, y concluido el círculo de un año,
dio a luz a las soberbias Erinias y a los magnos
Gigantes de armas fúlgidas que empuñan altas lanzas,
y a las Ninfas que llaman Melias sobre la tierra ilimitada.
Amputados por medio del acero, lejos de tierra firme
lanzó los genitales al mar de olas revueltas
y así son largamente llevados por el mar. En torno, espuma blanca
del órgano inmortal iba brotando. Una mujer en ella
llegó a cuajar. A la sagrada isla de Citera
arribó en un principio, y después marchó a Chipre ceñida de corrientes.
El mar dejó la diosa hermosa y venerable, y alrededor la hierba
bajo sus delicados pies iba creciendo. Y la llaman a ella
Afrodita los dioses y los hombres, porque entre las espumas
se formó, y también Citerea, porque arribara a la isla de Citera
y Ciprogénea otros porque naciera en Chipre que baña en torno el mar.
La acompaña el Amor y el hermoso Deseo la ha seguido
recién nacida y luego, al integrarse al grupo de los dioses.
Desde el principio goza este tributo y tiene designada esta parcela
del destino entre hombres y dioses que no mueren:
intimidad con jóvenes, sonrisas, fingimientos,
dulcísimo placer, delicias y ternuras.
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Teogonía, Hesíodo

viernes, 3 de abril de 2009

Nada hay más extraño ni más delicado que la relación entre personas que sólo se conocen de vista, que se encuentran y se observan cada día, a todas horas, y, no obstante, se ven obligadas, ya sea por convencionalismo social o por capricho propio, a fingir una indiferente extrañeza y a no intercambiar saludo ni palabra alguna. Entre ellas va surgiendo una curiosidad sobreexcitada e inquieta, la histeria resultante de una necesidad de conocimiento y comunicación insatisfecha y anormalmente reprimida, y, sobre todo, una especie de tenso respeto. Pues el hombre ama y respeta al hombre mientras no se halle en condiciones de juzgarlo, y el deseo vehemente es el resultado de un conocimiento imperfecto.
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La muerte en Venecia, Thomas Mann